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Cuando el dinero se convierte en cadena

por Jennyfer Simé Severino
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Hay una verdad incómoda que pocas veces queremos enfrentar: muchas personas pierden su libertad no por necesidad, sino por amor al dinero. Por avaricia. Por ambición desmedida. Por no saber decir “hasta aquí”.

La Biblia es clara y directa cuando advierte: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero.” (1 Timoteo 6:10). No dice que el dinero sea el problema, sino el amor desordenado hacia él, ese que nubla el juicio, anestesia la conciencia y hace que se crucen líneas que nunca debieron cruzarse.

Una y otra vez vemos cómo se repite el mismo patrón, decisiones tomadas a espaldas de la ética, actos de corrupción justificados como “oportunidades”, silencios comprados, conciencias hipotecadas. Y entonces surge la pregunta inevitable: ¿vale la pena? Porque cuando se cruza ese umbral, lo que está en juego no es solo dinero. Se arriesga: La libertad personal, que puede perderse en segundos, la reputación, construida durante años y destruida en un titular, la paz familiar, que no se compra ni se recupera fácilmente, la tranquilidad interior, esa que no deja dormir cuando la conciencia pesa. Ninguna suma, por grande que sea, puede compensar el daño que provoca vivir bajo la sombra del miedo, la vergüenza o la culpa.

En ocasiones, quienes administran recursos públicos olvidan que no son dueños, sino custodios. Que el poder es pasajero, que los cargos terminan, que los aplausos se apagan…pero las consecuencias permanecen. Creer que nunca llegará el momento de rendir cuentas es uno de los engaños más peligrosos. La historia reciente nos ha demostrado que ninguna estructura es tan fuerte como para sostener eternamente una mentira.

Y vuelve la pregunta, más profunda, más humana: ¿Cuál es el precio real de perder la libertad por dinero? ¿Cuánto cuesta ver a una familia sufrir por una decisión mal tomada? ¿Cuánto vale la paz que se pierde cuando se traicionan los propios valores? Por eso insisto, la libertad no se negocia, no se vende, no se empeña por ningún monto.

La Biblia, nuestros libertadores, nuestros Padres de la Patria y la experiencia misma nos enseñan que la libertad es un valor sagrado, demasiado costoso para entregarlo por ambición. El dinero va y viene, los cargos pasan, las coyunturas cambian. Pero la libertad, la dignidad y la conciencia limpia son tesoros que, una vez perdidos, rara vez se recuperan por completo.

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